Antes cada sitio solía tener sus letras distintivas, pero en estos días cada vez es más común encontrar las mismas tipografías utilizadas en lugares que largo distan entre sí.
Debido a la popularización del uso de ordenadores y fuentes digitales es que, caminando por una calle de Buenos Aires veremos con seguridad las mismas formas recortadas en vinilo que se pueden apreciar, por ejemplo, en Bruselas.
Pero en países periféricos y pueblos humildes es aún posible hallar señales hechas a mano con una identidad local definida y todavía intacta.
El pueblo de San Jose del Rincón en la provincia de Santa Fe, Argentina, parece detenido en el tiempo. Los rasgos de una arquitectura de hace un siglo, junto con sus calles de tierra apisonada y desbordadas de verde embecellen este caserío perdido a medio camino entre la Pampa y nuestra Mesopotamia.
En Rincón no hay ningún cartel que no haya sido hecho a mano. En casi todos ellos las letras están trazadas con buen oficio por un letrista.
Recuerdo que hace unos pocos años las fachadas de las tiendas estaban densamente decoradas con las letras del «Sr. Massimini», letrista local de notable destreza (lamentablemente ya fallecido) Algunas pocas señales por él hechas todavía pueden encontrase, pero la mayoría ha desaparecido debido quizá a la fragilidad de unos muros comidos por el tiempo y cubiertos con decenas de capas de cal.
(Más de un diseñador gráfico puede aprender varias lecciones analizando estos carteles…)
Buscando al continuador de la obra de Massimini y autor de las nuevas señales, me animé a llamar a la puerta de una casa con un letrero elocuente:
Pero sus autores, luego de una charla, me contaron que allí solo se confeccionaban los carteles de madera. Lo de pintar letras no era su oficio.
«_“¿Pero y esas letras?» Pregunté, señalando las gordas «Fraktur» (bastante decentes para esa geografía…)
Pues bien, se trató solo de un atrevimiento de su autor, el carpintero de carteles.